Blog / Depresión

Mi historia con la depresión

Hace 15 años tuve la oportunidad de salir del país para estudiar un idioma extranjero. Una experiencia que definitivamente me hizo madurar y que causó un gran impacto en mi vida. Al irme, no solo dejé mi país, sino también a mi familia, amigos, a mi universidad en pausa, mi trabajo en ese momento, una relación de cinco años y una vida medianamente estructurada. Me fui, lloré, reí, conocí a personas increíbles, me quedé sin casa, maduré y aprendí muchas cosas.

Al regresar a mi país un año después, nunca sospeché que un cambio drástico de rumbo estaría esperando por mí. La sensación de estar en el limbo era abrumadora; sentía que ya no tenía la vida “segura” que había dejado. Todas las personas valiosas que conocía habían seguido adelante con sus vidas y era obvio, ni más faltaba que me hicieran un duelo de un año, jajaja. Pero tampoco estaba la relación que terminó durante mi estadía en el extranjero, ni el trabajo, ni siquiera la rutina que solía tener. No quería quedarme porque me sentía insegura, pero tampoco quería irme porque tendría que enfrentarme nuevamente al abrumador sentimiento de soledad.

Fue en ese momento cuando encontré una compañía inesperada: una tristeza que no me dejaba y que, con el tiempo, comenzó a tomar posesión de cada uno de mis días. Lloraba, anhelaba el pasado, tenía una gran falta de esperanza y no podía imaginarme un mejor futuro para mí.

Como cualquier persona de clase media, no me podía entregar a la depresión; más bien, tenía que pagarle el pasaje de transporte a diario y llevármela al trabajo.

Gracias a mi experiencia en el exterior pude encontrar un trabajo mejor del que había dejado. Sin embargo, esto no lograba hacerme sonreír. Recuerdo que, cuando salía del trabajo, frecuentemente me ponía a llorar. Incluso un día iba tan distraída que unos hombres trataron de atacarme, pero cuando estaban lo suficientemente cerca de mí, una patrulla de policía llegó y se los llevó. Todo un milagro. Esta situación me hizo darme cuenta de que hay alguien allá arriba que cuida de mí, aunque ya habíamos estado hablando antes con Él, pero eso se los contaré más adelante.

La tristeza comenzó a volverse más profunda y prolongada. Mi Mamá estaba desesperada. Incluso me dijo que, si quería, ella me pagaba el pasaje para que pudiera regresar al país en el que estuve durante un año, pero ya era tarde. Esta tristeza ya me había quitado las ganas de emprender cualquier nuevo proyecto y comenzó a traer consigo otros amigos indeseables, como relaciones poco saludables, insomnio y enfermedad.

Durante un año estuve saliendo con diferentes hombres, tratando de llenar el vacío que sentía en mi corazón. Y como alguna vez lo conté en una charla, estos hombres eran muy especiales, ya que eran especialmente infieles, especialmente tóxicos para mí, y se convirtieron en historias que dañaron aún más mi herido corazón.

Así que mi tristeza, lejos de mejorar, empeoró. Comencé a enfermarme y los síntomas fueron evolucionando. Al principio, solo algunas de las cosas que comía me sentaban mal, luego la mayoría de las cosas, hasta que finalmente hasta el agua me caía muy mal. 

Comencé a perder también el sueño; me costaba muchísimo trabajo dormir. Recuerdo que, un día, ya desesperada por la situación, me senté en la sala de mi casa y le pregunté a Dios si me iba a morir de esto, ya que un médico me había dicho que podría tener cáncer. Y en ese momento vi una Biblia que teníamos en mi casa, la abrí donde cayó y el versículo que estaba allí decía: “Esta enfermedad no es de muerte, sino que es para la gloria de Dios y para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Eso me hizo llorar mucho. ¿Recuerdan ese amigo de allá arriba del que les hablé antes? Pues ese amigo, mi Dios, hizo su aparición triunfal en mi vida. Después de eso, me recomendaron un buen doctor que se dio cuenta de que mis dolencias tenían un origen emocional. Al poco tiempo, conocí a una amiga en la universidad que comenzó a hablarme sobre Dios, y yo oré y le entregué mi vida a Él. Aquella noche sentí una felicidad más grande que cualquier otra felicidad que hubiera sentido antes.

Comencé a buscar a Dios, a asistir a una iglesia; sin embargo, mi sanidad no ocurrió inmediatamente. Me tomó unos tres años sentirme mejor, tiempo en el cual Dios sanó mi corazón.

Fue un duro camino, realmente no fue fácil, pero no tuve que pasarlo sola. Dios siempre estuvo a mi lado y me envió personas que me acompañaron durante el proceso. Aunque debo decir que, una vez cerraba la puerta de mi cuarto, éramos Él y yo (Dios y yo), entrando en un proceso de sanidad que a veces dolía. Durante esos tres años tuve que desempacar malos recuerdos y dolores fosilizados que había dejado guardados en algún armario olvidado en mi mente. Hablaba de ellos con Dios, lloraba con Él, lo conocía y comprendía que Él tenía un plan para mí y que jamás iba a estar sola, como constantemente el enemigo que vivía en mi mente me decía.

En Dios encontré mi esperanza, mi salvación, y quiero compartir esto con el mundo. Durante tres años y los años posteriores, fue mucho lo que aprendí de la mano de Él y creo que esto te puede servir a ti. Si hoy estás lidiando con la depresión o la ansiedad, compartiré contigo herramientas útiles que te ayudarán a salir adelante y tal vez a encontrar las respuestas que tanto has estado buscando. ¡Bienvenido/a a mi blog!

Susana C.

info@lighttoheal.com

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